miércoles, 3 de mayo de 2017

LA CHIVATERÍA…


LA CHIVATERÍA. Por Julio Soto Angurel.
No se lo pierdan, ya sé que muchas personas son más de videos que de lecturas, entre esas personas me incluyo. Algunos por pereza, otros no les acompañan la vista. Pero pueden leer unas líneas y guardar el resto hasta terminarlo. Les aseguro que no se arrepentirán de haberlo leído.


Mientras los alzados en las montañas de la Sierra Maestra eran unos come vacas y les robaban los alimentos a los campesino del entorno. El tirano mayor se dio cuenta que la lucha en las ciudades le quitaban protagonismo; 


por ejemplo: el asalto al palacio presidencial, aunque resulto ser un fracaso pero una gran noticia que corrió como la pólvora, la muerte de José Antonio Echevarría, el asesinato de Frank País por un chivatazo de Vilma Espín en Santiago de Cuba. El tirano mayor se puso muy contento con el fracaso del asalto al palacio presidencial, los asesinatos de Frank País, José Antonio Echevarría y los sucesos de Humboldt 7 porque esos patriotas les hacían sombra a su autoestima.


Entérense de quienes chivatearon a sus compañeros que se refugiaron en Humboldt 7. 


Bueno si más preámbulos, publico un fragmento del libro de Julio Soto Angurel: LA CHIVATERÍA. Por Julio Soto Angurel.
Yo, solo copio y pego.


El mismo Esteban Ventura Novo cuenta que a él se le planearon y prepararon siete atentados de los cuales salió sin problemas y salvó su vida por la misma ayuda que le dieron sus propios chivatos que dentro de las filas de los revolucionarios le avisaron y pusieron en alerta.
Entre ellos Pilar, la secretaria del Ché, Pepín Naranjo, Armando Cubría, Raulito Díaz Argüelles y otros. El asunto es que cuando Ventura los contactó para que ayudaran a su esposa que estaba presa, sus antiguos chivatos le viraron la espalda y no quisieron ayudarla.
He querido dejar para último el relato de lo que ocurrió en la calle Humboldt 7 en el barrio del Vedado en la ciudad de La Habana. Estos fueron hechos que conmocionaron a la ciudadanía cuando ocurrieron.
Los cubanos solo conocimos los hechos narrados por el actual gobierno de los Castro y su grupo, es justo que se conozca la versión de quien los produjo por el otro lado, es decir por la versión de su autor, el mismo Esteban Ventura Novo. Transcribo el capítulo completo a continuación:


Capítulo XLV. Humboldt número 7.
“Mucho se ha hablado de los sucesos ocurridos en el edificio de apartamientos de Humboldt número 7, sin embargo, el pueblo, hasta ahora, no ha sabido la verdad, porque sus promotores, los que realmente hicieron posible aquel servicio, son hombres prominentes de las hordas rojas que hoy desgobiernan a Cuba.
Y claro ellos no lo van a decir al pueblo. Nosotros si.
 Ese día, a las 12.30, recibí una llamada telefónica. La voz me era familiar.
─Quiero hablar con usted, en una cafetería, donde tomemos un refresco.
─Creo que eso no te conviene, le dije.
─¿Por qué?, respondió.
─Porque te podrían ver, argumenté.
─¿Entonces, como hacemos?
─Yo tengo un apartamento en Carlos III número 902.
Es el apartamiento número 4, casi esquina a Espada. Suba y entra. No hay problema.
─No, es mejor que usted pase y yo lo vea desde la esquina.
─A qué hora te conviene?
─A la que usted diga, comandante.
─¿A las tres?
─O.K.
Y colgó el teléfono.
A esa hora yo estaba en la puerta de la casa indicada.
Allí estaba Raulito Díaz Argüelles… y Faure Chomón.
Mi sorpresa fue grande. Yo reconocí la voz de Raulito; pero no sabía que iría con el secretario general del Directorio Revolucionario.
─¿Cómo han hecho esa locura? Si los ven a ustedes juntos conmigo…
─Está usted equivocado. Si quiere vamos a tomar café, respondieron.
─¿Están seguros?
─Vamos. Mire vamos a entrar aquí mismo, dijeron finalmente.
Era el café Petit Codias situado en la esquina de Carlos III y Espada. Allí el gallego Emilio, su propietario, nos sirvió café a los tres.
Ya el brigadier Hernando Hernández, Jefe de la Policía, sabía que estos dos jóvenes revolucionarios querían $3,000.00 por el servicio que nos iban a proporcionar.
Subimos a la habitación. El jefe de la Policía habló con ellos. Hernando Hernández temía una celada.
Raúl Díaz Argüelles dijo
─En Humboldt número 7, están escondidos Juan Pedro Carbó Serviá, José Machado Rodríguez, Joe Westbrook y Fructuoso Rodríguez.
─¿Cómo sabemos nosotros que esto no es una celada?
Porque allí está Tavo, Gustavo Machín, esperando un mensajero a la hora en que ustedes vayan a prestar ese servicio, dijeron.
─¿Quién es el mensajero?
─No se lo podemos decir. Bástele con ello.
Hoy podemos decir quién era el mensajero: un sobrino del ex-coronel Fermín Cowley Gallego, quien después se asiló en una Embajada, porque temió que los revolucionarios hubieran descubierto que él había sido protagonista de este hecho.
El Jefe de la Policía, en la propia habitación de Carlos III nos llamó aparte y nos dijo:
─¿Cómo tú garantizas a esta gente, Ventura?
─Pues quedándome aquí con ellos hasta que se haga el servicio.
─Bueno, así está bien, respondió más sereno el Jefe de la Policía.
Y volvimos a reunirnos con Díaz Argüelles y Faure Chomón.
Me dirigí a Raúl Díaz Argüelles y le pregunté:
─¿Raulito, cómo es que siendo esa gente, brava, es decir de acción, ustedes van a entregarlos por $3,000.00?
─Nos están robando el show.
Ya el Jefe de la Policía se marchaba.
Faure Chomón, al verlo en esa disposición le dijo:
─Pero hay que buscar la forma que no queden vivos, porque entonces sabrán que fuimos nosotros.
Habían firmado su sentencia de muerte.
─Yo soy el secretario del Directorio, y sin embargo, esta gente me tienen eclipsada nuestra labor. Me roban la acción. Y eso no puede ser.
─Tengan cuidado, porque ellos van a tirar también.
─Si eso es verdad a las 7.00 les traigo el dinero, dijo el Jefe de la Policía.
Allí esperamos a que se produjeran los hechos, con Raúl Díaz Argüelles y Faure Chomón. Ellos, claro, no lo dirán, pero Hernando Hernández está preso y pueden preguntarle y Emilio el del café Petit Codias, también está en Cuba.
Y esperamos los tres, Raúl Díaz Argüelles, Faure Chomón y yo, escuchando el radio, hasta que se dio la noticia.
Y hoy dicen que fue Ventura quien dirigió el servicio.
Tan pronto se supo que había un tiroteo en el lugar, dejé a los colaboradores y fui al teléfono.
─¿Hubo lucha, brigadier? Pregunté al Jefe de la Policía.
─Si. Todos están heridos. Se fajaron como machos, respondió.
─¿Dónde los condujeron?, volví a preguntar.
─A la casa de socorros de San Lázaro, nos dijo.
─Vaya, coronel, vaya a la casa de socorros a ver si es cierto, nos dijo muy nervioso Faure Chomón.
─Bien iré, pero quietecitos aquí hasta que venga el jefe con el dinero, ¿eh?
─O.K., Ventura, dijo Raulito Díaz Argüelles.
Fui a la casa de socorros. Los cuatro estaban muertos. Regresé.
─¿Usted los vio, coronel? ¿Está seguro de que están muertos?, dijo más nervioso que antes Faure Chomón al verme regresar.
─Si, muchachos, los cuatro están muertos.
Y sentí repugnancia por estos jóvenes que así habían entregado a sus compañeros, aunque no me crean lo que les estoy diciendo.
A las 7.05 de esa noche, llegó Hernando Hernández y en nuestra presencia les entregó, no $3,000.00 que era lo pactado; sino $500.00 más. Tocaron a $1,750.00.
Me quisieron regalar los $500.00. No acepté. Los testigos están todos vivos.
─Otra cosa que queremos, comandante ─dijo Faure Chomón, mientras se guardaba el dinero.
─¿Qué cosa?
─Que ponga en todos los atestados los nombres de nosotros como participantes de hechos subversivos… Eso nos da cartel revolucionario.
Y se marcharon acariciando los dineros de Judas.
Ya no necesita la viuda de Fructuoso Rodríguez ir a República Dominicana o a Miami, para pedirme el nombre de los confidentes. Se llaman Raúl Díaz Argüelles, comandante de la Policía Nacional Revolucionaria, y Faure Chomón, Embajador de Cuba ante la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, respectivamente.”   Este libro del Teniente Coronel de la policía Esteban Ventura Novo, no tiene desperdicio y es demasiado triste leerlo

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